La Mujer del Mar


Rebeca conocía muy bien la rutina del Domingo, su padre llegaría a casa alrededor de las 11 de la mañana y las trataría, a su madre y a ella, con total distancia y frialdad. El distanciamiento era el mismo del lado de Lucía, su madre, quien decidió no sentir más tristeza y rabia, y comportarse con el mismo desinterés hacia su esposo y su hija. Incluso Rebeca había perdido ya todas las ganas de acercarse a Ricardo. Sabía que de hacerlo recibiría sólo una mirada fría, vacía sin emoción y eso la entristecía.

La niña recordaba aún cuánta alegría le causó su padre cuando le contó que empezaría a entrenarse para correr olas como hacían los chicos que veían cuando paseaban juntos por el malecón de Miraflores. ¿Cómo esa emoción pudo transformarse en ese infierno triste que vivía ahora en su casa? A sus 8 años no podía entenderlo y no lograba aceptarlo.

No lo había comentado a nadie, pero coincidentemente, desde los primeros días en que Ricardo comenzó su rutina de ir a la Costa Verde todos los fines de semana, un sueño recurrente la atormentaba cada noche. En él, veía a su padre con una mujer dentro del mar, con la que nadaba y reía, y entre abrazos se perdían juntos cada vez más en el fondo. Con desesperación, Rebeca lloraba y lo llamaba para que no se fuera, pero él no volteaba a mirarla, sólo tenía ojos para aquella mujer, la cual  miraba a la niña y sonreía y reía, burlándose de los vanos esfuerzas que hacía por retenerlo. En su desesperación trataba de reunir fuerzas para gritar muy fuerte y lograr que su padre voltee y regrese con ella, consiguiendo sólo despertar sobresaltada con lágrimas en los ojos y con el corazón latiendo fuertemente a causa del espanto que sentía.

Sus días no eran mejores, los problemas familiares le eran evidentes y no lograba controlar la ansiedad que le causaban. ¿Cómo sería que se separen? ¿con quién se quedaría?¿ya no volvería a ver a su papá o a su mamá? Ella misma estaba dejando de ser la niña alegre de antes, estaba perdiendo las ganas de jugar, de estudiar, y dentro de su soledad y tristeza, notaba que algunas cosas extrañas habían empezado a sucederle.

Todas las tardes, al regresar de la escuela, Rebeca quedaba sola en casa, sus padres trabajaban y no volvían hasta la noche. Una de aquellas tardes Rebeca empezó a escuchar una tonada, una melodía muy pegajosa, y no podía sacarsela de la cabeza. No se atrevió a hablar en ningún momento a sus padres sobre ello, pero una vez durante la cena, casi sin darse cuenta se notó a sí misma tarareando la tonada. Cuando cayó en cuenta de ello, se detuvo súbitamente, levantó la cabeza y vió los ojos de Ricardo fijos en ella, con una expresión grave, muy seria y concentrada, como si no existiese nada más que ella en el mundo, como hipnotizado, ido. Tanta impresión causó en Rebeca esa mirada que no pudo reprimir un grito, y de pronto fue como si un hechizo se cortase, su padre dejó de mirarla y continuó comiendo como si nada sucediese, Lucía no había tenido ninguna reacción en todo ese momento limitándose sólo a seguir consumiendo su cena como si nada alrededor importase.

Rebeca vivía muy asustada, luchaba por quitarse esa tonada maldita de su cabeza, pero no tenía cómo hacerlo, no podía por más que intentaba, la tonada sonaba y resonaba durante casi todo el día en su cabeza. Ese fue el preámbulo a otra situación aún más perturbadora. Últimamente cada vez que se paraba frente a un espejo, le parecía ver la silueta de una mujer en el fondo, era una silueta que no le era familiar. En su afán de reconocerla había decidido pasar más tiempo frente a los espejos, se detenía a mirar cada vez que encontraba uno y se esforzaba por reconocer la silueta. Una vez lo hizo frente a un viejo espejo que pertenecía a su abuela, e inconscientemente tarareó la tonada misteriosa y notó que la silueta empezaba a acercarse, haciéndose más nítida poco a poco. Rebeca empezó a sentir miedo pero continuó, necesitaba saber qué era esa imagen, y siguió tarareando y observando con atención. Poco a poco la imagen se fue aclarando y reconoció que la mujer del espejo era la misma que en sueños se llevaba a su padre. El susto hizo saltar su corazón del pecho con fuertes latidos. No soñaba, era aquella mujer, con los cabellos tan rojos como sus pupilas, la piel canela de su cuerpo desnudo, su mirada penetrante y una sonrisa de burla con matices malignos. Aunque la belleza de la mujer la petrificó, hizo un esfuerzo y lentamente recorrió su cuerpo con los ojos y con horror notó que no tenía piernas y que en su lugar había una masa escamosa similar a la cola de un pez, levantó los ojos asustada y en lugar del rostro hermoso que había visto antes encontró enfrente a una criatura similar a un reptil con agallas rojas de las que goteaba una baba sangrienta y que se acercaba a ella mientra abría la boca de la que sobresalían terribles colmillos afilados. Rebeca gritó, volteó y salió corriendo de su casa, tocó la puerta de su vecina de al lado y entre lágrimas y sollozos le pidió que la deje quedarse hasta que regresen sus padres.

La vecina no pudo negarse y asustada le preguntó qué sucedía y la niña se lo contó. La vecina era hija de un pescador y conocía bien las historias del mar, y aquella de Rebeca le era muy familiar. Con terror le contó a la niña que lo que había visto era una sirena y que desde que ésta se fijó en su padre, no se iría nunca de sus vidas hasta que logre llevárselo al mar. Rebeca lloró y lloró, tanto hasta que finalmente se quedó dormida.

Cuando despertó notó que estaba en su casa. Escuchó en la cocina a su madre que estaba preparando ya la cena. Rebeca trató de contarle lo que sucedía, pero ella la miró sin darle importancia, le puso el plato de comida enfrente y se sentó a comer sin mirarla. Minutos después llegó su padre, no dijo nada, se sentó y empezó a comer también. Rebeca no sabía qué hacer o qué decir, quería hablarles pero no sabía cómo, así que tomó una decisión, lentamente levantó el plato y lo lanzó contra el suelo y gritó, gritó lo más fuerte que pudo. Sus padres sólo la miraron y se mantuvieron mirándola con rostros graves sin mostrar ninguna emoción, como petrificados. Lentamente giraron sus cabezas y se miraron mutuamente y de pronto empezaron a reír fuertemente, con una risa maligna dirigida  del uno a la otra. Sin dejar de hacerlo voltearon y miraron al mismo tiempo a Rebeca y se rieron de ella, mientras la tonada de la sirena resonaba en los oídos de la niña como una sinfonía macabra. Rebeca gritó y salió corriendo a su cuarto, se escondió debajo de la cama y llorando comenzó a rezar, no sabía por qué, pero estaba convencida de que hacerlo la protegería, recordaba que su abuela lo hacía y quería refugiarse de alguna manera junto con ella, en una imagen querida, en un recuerdo que la protegiera.

Rezó una y otra vez, y la oración la calmó, recordó a su abuela con los dedos sobre el rosario y su rostro piadoso, y poco a poco se fue quedando dormida profundamente, tanto que soñó. En su sueño caminaba por una playa hermosa, de arenas blancas, aguas cristalinas y  sol tibio. Que hermoso era el mar. Qué tranquila se sentía en ese ambiente. Notó una pareja que caminaba a lo lejos, eran las únicas personas en la playa además de ella, y decidió seguirlas, sentía que podían ser sus padres y la alegraba verlos caminando de la mano nuevamente, como hacían cuando eran felices. Rebeca corría y a pocos metros de ellos la pareja cambió de dirección hacia el mar y se fueron adentrando lentamente entre las olas. Rebeca se asustó y empezó a  llamarlos, no quería entrar al mar con ellos, llamaba a su papá pero él no volteó, llamaba a su mamá y cuando volteó se horrorizó al notar que esa mujer no era su madre, era la sirena y llevaba de la mano a su padre hacia el mar riendo con maldad y burlándose de la niña. La sirena abrazó al hombre y se hundió junto con él en el mar arrastrándolo. Ricardo parecía una sombra sin voluntad y sólo se dejó ir.

Rebeca despertó sobresaltada, bañada en lágrimas. Con desesperación abrió la puerta de su habitación y bajó corriendo pensando encontrar a sus padres, la tonada de la sirena resonaba fuertemente en sus oídos. Buscó en diferentes habitaciones y finalmente encontró a su madre sentada frente al viejo espejo de la abuela, con lágrimas en los ojos, las manos caídas a los lados y totalmente alelada frente a la imagen que ahí aparecía: el cuerpo de Ricardo siendo devorado por la sirena en una orgía de sangre, y la cara de su esposo mostrando una sonrisa de placer como nunca le había visto hasta ese momento.



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